Sorpresa, angustia, inquietud, rechazo, incomodidad, abandono… Despertar, cosquilleos, ilusión, esperanza, entusiasmo, progresar… Todo esto, y mucho más, forma parte del coaching. El crecimiento personal y profesional conlleva por definición entrar de lleno en el mundo de las emociones. La emoción es el gran motor que nos impulsa, aquello que nos hace tomar los caminos que queremos transitar durante nuestra vida. A su vez, es también aquello que nos hace escoger a nuestros compañeros de viaje, y determina nuestra relación con ellos. Y si los caminos son la vida familiar, la profesión, los estudios, la vida social o el ocio, los compañeros son la pareja, los hijos, los amigos, los colegas profesionales, o los vecinos.
Y todos y cada uno de los seres humanos queremos que estos caminos y compañeros que forman parte de nuestras vidas nos hagan más felices. Así pues la máxima emoción que buscamos continuamente mientras estamos vivos es sentir y experimentar la felicidad. Y, paradójicamente, la busca de la felicidad tiene un precio que no es otro que vivir su otra cara de la moneda, que es aquello que intentamos evitar. Podríamos decir que sin una no existe la otra.
El coaching es un proceso de búsqueda de la felicidad, y ésta puede ser familiar, profesional, académica, social, etc. Lo que sí es común en todo caso es el peaje a abonar. Y este tiene que ver con el sufrir, con lo incómodo, con el miedo, con la pérdida. Pero esto lo pagamos con gusto para llegar a nuestro destino. El maratoniano acepta sufrir para llegar a la meta, los padres sufren para ver crecer sanos a sus hijos, el músico sufre para llegar a producir música celestial. Todos aceptamos y entendemos que esta es la única manera.
La vida en si misma nos invita a sufrir, y gracias a ello crecemos y nos desarrollamos plenamente. Nacer es el máximo acto de sufrimiento al servicio de la vida. Lo realmente interesante es darnos cuenta que nos pasamos buena parte de nuestras vidas intentándolo evitar. Ahora bien, existe un tipo de sufrimiento que debemos invitar a que esté presente, y este es el que nos muestra el camino a la felicidad.
Con el coaching respetamos este sufrimiento para integrarlo en nuestro día a día y para que se transforme en más destellos de felicidad en nuestra vida. Y al final, se trata de convertir la emoción que más detestamos en una más resonante que nos hace vivir plenamente. El coaching nos aleja de nuestra pereza o miedo a vivir lo incómodo para abrazar y aprovechar aquello que nos duele más y convertirlo en más felicidad.
La emoción nos conduce a la acción. La acción nos conduce a la felicidad. Así pues, emocionémonos!